Contarte en silencio...


Sábado 7 de Noviembre, 2015

Ayer, por cuestiones de trabajo salí sola a las orillas de la ciudad. Viajando en la moto y sin más compañía que la de mis propios pensamientos no fue nada difícil encontrarme conmigo misma, con todo lo que soy ahora, lo que amo, y lo que creo, mis miedos y también mis sueños.

Soy una mujer curiosa, en el sentido de que desde muy pequeña siempre me preguntaba: ¿cuáles serían las cosas que pasan por la cabeza de las personas cuando se encuentran a solas? ¿cuál será su propio diálogo interno?, ¿qué cosas se dirán a si mismos?; y en ese sentido, ni yo misma soy la excepción.

En esa tarde, mientras manejaba, fue de pronto como si hubiese viajado hasta ese punto tan alejado para tener una cita conmigo misma, para hablarme y conversar con la mujer que soy ahora... No podía escribir, pero contemplando el paisaje desértico y en medio de ese silencio podía haber respondido muy bien si alguien me hubiese preguntado cuáles eran todas y cada una de las cosas que iba pensando en ese momento.

No sé... A lo mejor es un poco loco, pero pienso que por eso me gusta tanto estar a solas y buscar espacios donde exista el mayor silencio posible... Siento que es la manera muy personal y particular que tengo para charlar con Dios; y ayer mientras realizaba ese recorrido sobre una carretera en medio de un paraje inhabitado; de alguna manera era como platicarle a ÉL de alguien que te encuentras en el camino y conoces muy bien, pero no has visto en mucho tiempo.

Me quedé la mayor parte del día pensando en eso y lo disfruté mucho... No lo escribí, pues el día fue intenso, lleno de actividades y cerró con una buena comida enmarcada por una buena charla con una buena amiga y compañera de trabajo con la que disfruto mucho conversar.

Yo vine aquí a contar historias, lo tengo muy claro, pero a veces ya no todas las escribo, me las reservo y me enfoco más en vivirlas, protagonizarlas y sobre todo: disfrutarlas. No obstante eso, el alma siempre me pide demasiado y de madrugada me desperté...  Por ahí de las 5:23 am, otra vez en silencio y con una profunda necesidad de contarle a Dios sobre ese encuentro conmigo misma a las orillas de la ciudad.


Fue así como le hablé de una mujer que está en paz por fin, trabajando en muchas cosas, pero sin saber si ese es su camino. La misma que sigue escuchando música y adora los libros y la radio hablada. Aquella que ya no es dramática y dejó de ahogarse en vasos de agua, porque en contraposición aprendió a adaptarse a lo que tiene en el momento y a que nada es permanente.

En ese silencio enmarcado de oscuridad le conté también de algunos miedos -algo tan inherente a esta condición de ser humano- el temor a no ser útil o quizá a desperdiciar la oportunidad de poner al servicio de los demás esta facilidad para escribir y contar historias... Así como también la incertidumbre de un amor inmaduro y de una historia pendiente por escribirse y de la cual ni siquiera yo estoy segura cuál quiero que sea el final.

Todo eso se minimiza en esas charlas silenciosas y profundas... Y aunque podría hablar horas enteras de todo lo que conversamos, creo que lo más rescatable es eso que se experimenta cuando ya todo se ha contado...

Esta vez fue en pleno desierto, andando en motocicleta y sintiendo la brisa de invierno en un día soleado... La vida en el día en que se vive es lo que en realidad cuenta y así como se disfruta cuando estás en una reunión que no quieres que termine y de la que no quieres irte, yo regresé a la ciudad con ganas de que ese encuentro con ÉL para contarle acerca de esa mujer a quien tan bien conozco, vuelva a repetirse de noche, de día o en pleno desierto... Lo importante es que suceda otra vez.

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